A lo largo de una
temporada futbolistica hay ciertas cosas que soy incapaz de no hacer. Una de
esas cosas que sé que indefectiblemente haré cada quince días es conectar mi
pequeña radio para escuchar la retransmisión del partido que el Pontevedra CF dispute
fuera de casa.
Esa costumbre (aburrida
seguro para muchos e inexplicable quizá para casi todos) está tan arraigada en
mi interior desde que soy un crío que funciona como una fuerza magnética que me
arrastra sin remedio alguno hacia ese objeto electrónico y provoca que los auriculares se
introduzcan en mis aparatos auditivos cuales fauces lobunas en tierna carne ovejuna.
Ahora bien, esta opción
de ocio tan extraña podía ejercitarla hasta hace poco repanchigado en el sofá
de mi casa descansando la comida dominguera (o sabatina según el caso) o
paseando solitario por las calles de Pontevedra cuando el partido era grande y
los nervios incitaban al camino sin rumbo para templar el ánimo. Eran tiempos
en los que minutos antes de empezar los encuentros conocía la alineación de mi
equipo, la del rival, la identidad de árbitros y asistentes, cuanta gente había
en el campo, el tiempo reinante a la hora del partido y hasta el nombre de la
novia del jugador rival que se había quedado fuera de la convocatoria por sorpresa.
Todo eso ha cambiado
hace no demasiado tiempo. No me refiero al mismo hecho de seguir el encuentro a
través de las ondas hercianas sino al modo en que debo efectuar dicha actividad.
Los que tienen hijos de
corta edad ya sabrán que ese “repanchigamiento” dominical delante de la tele o
con la radio puesta ha pasado a mejor vida hasta que la adolescencia haga uso
de presencia y los hijos se recluyan cuales reos enfadados con el mundo en el
insondable y cerrado a cal y canto mundo de su habitación.
Ahora, cuando mi niño
tiene cuatro años, esa energía y ánimo inagotable que todos los pequeños poseen
(y que harían palidecer a esa otra fuerza existente tanto en el lado amable de
los “jedi” como en el reverso tenebroso de Dark Vader) se encuentra en su punto
álgido y tratar de escuchar serénamente cinco minutos seguidos de encuentro
resulta una utopía.
Y eso que
desafortunadamente y por culpa de unas dichosas molestias de oído (precisamente de oído) preferimos en el día de
ayer quedarnos en casa sin aprovechar la maravillosa tarde que hacía para
tratar de evitar que esas preciosas orejas de mi vástago sufrieran más de lo
necesario.
Por ello, en el momento
en el que Pontevedra y Peña Sport se aprestaban a empezar su partido nos
encontrábamos en casa leyendo detenidamente un cuento de rayo mcqueen.
Pero esta situación
tranquila y compatible con el hecho tener la radio encendida y un auricular puesto
no duró demasiado.
Ni diez minutos llevábamos
de partido cuando mi hijo detectó la presencia de una revista de juguetes de un
conocido centro comercial y tuvo la ingeniosa ocurrencia de pedirme que
escribiera en un folio todos aquellos regalos que quería pedir a los Reyes
Magos (pronto empezamos, murmuré en silencio para que no me oyera).
Mi tímida negativa ni
que decir tiene que no surtió en absoluto efecto y mientras el Peña Sport trataba
de generar peligro y Edu tenía alguna que otra indecisión me vi de rodillas
delante de una mesa escribiendo en un papel artículos tales como “el estuche de
la patrulla canina”, “centro de mando de la patrulla canina” (menudo precio,
por cierto), “rescate de la patrulla canina”, “helicóptero de sky de la
patrulla canina” o “Coche de policía de chase de la patrulla canina”. Supongo
que a estas alturas los que tengan la paciencia necesaria para leer este
escrito ya se habrán dado cuenta que a mi hijo le encanta la patrulla canina.
Pero el partido seguía
y entre Marshall bombero, Ravel excavador etc iba haciéndome a la idea de que
como se esperaba el partido estaba siendo duro y disputado y que los de Tafalla
no iban a poner nada fáciles las cosas para salir con algo de su difícil campo.
Yo seguía escribiendo (esta
vez coches de Rayo otro de los favoritos del niño) mientras Borjas fallaba casi
antes del descanso una muy clara y hacía que mi pulso se deteriorara por unos
instantes y me viera obligado a estampar un “tachón” en la hoja en la que escribía.
En mal momento se me
ocurrió tal cosa!. Mi pequeño que hasta ese momento asistía entretenido a la plasmación sobre la celulosa de sus anhelos jugueteros se empeño en que esa
especie de madrugadora carta no podía contener tal tachadura y hasta que por
agotamiento no me convenció de que había que empezar de nuevo con todo el
ritual no estuvo tranquilo.
Como quiera que había
llegado el descanso me armé de la poca paciencia que todavía atesoraba y
procedí a empezar de nuevo añadiendo a petición del crío un surtido de superheroes (para mi desconocidos) junto a los perritos y los coches de carreras.
Alboreaba la segunda
parte cuando un inapelable “quiero caca” nos dirigió al cuarto de baño para que
pudiera producirse la importante evacuación con esa ilusión y contundencia
propia de la infancia y juventud y que por desgracia he dejado de experimentar
con esa plenitud hace algún tiempo.
Pero dejando al margen
estas cuestiones escatológicas (que a buen seguro han podido producir muchas
más bajas entre los lectores del artículo) minutos después y cuando ya
estábamos jugando con los dinosaurios de goma que constituyen otra de las
grandes debilidades de mi hijo, se produjo la jugada del primer tanto granate con ese
Mouriño llegando otra vez desde segunda línea y perforando la portería
contraria. Con ese subidón propio del gol inesperado propiné un golpe demasiado
fuerte con mi brontosaurio al tiranosaurio rex manejado por Javier que molesto
ante tal violación de las reglas del juego abandono el mismo sin posibilidad de
discusión.
Me costó un huevo (ya
que hablamos de dinosaurios) convencerle de que el motivo del excesivo golpe a
su Rex se debía a mi pasión granate y por fin conseguí que sonriera proponiendole
jugar a hacer carreras de coches por el pasillo. Y así, armando un barullo casi
incompatible con la emisión de radio, nos pasamos otro rato durante el cual el Peña falló un penalti, Campillo
fue expulsado aún no sabemos porque y los navarros agobiaban sin descanso la
portería granate.
Fue en ese momento,
minuto 85 de encuentro aproximadamente, cuando los nervios me hicieron claudicar y permití a mi hijo
hacer lo que llevaba pidiéndome hacía casi dos horas entre juego y juego que no era
otra cosa que coger el ipad de su abuela y echar algunas partidas a unos juegos
que aunque parezca increíble él mismo baja con la supervisión de aquella.
Con mi hijo ensimismado
durante ese rato pude escuchar con pesadumbre el gol del empate (cantado con
demasiado énfasis por el navarro locutor) y venirme otra vez arriba con esa
falta magistralmente lanzada por Mouriño que nos daba tres puntos de
oro con los que encarar el futuro con esa ilusión y optimismo que provocan las
victorias.
El partido terminó con
una contra clara marrada y algún que otro susto postrero pero con ese pitido
final y con el niño todavía con la tableta tuve todavía tiempo antes de
merendar para pensar en otra semana de ilusión que el equipo iba tener la oportunidad de
encarar y en que tras un inicio de campaña lleno de incertidumbres y sinsabores
la temporada va cogiendo un cariz muy diferente por "culpa" de este equipo que semana a semana parece crecer un poco más y cuyo asentamiento en la categoría (tras cuatro años de travesía por el desierto) se está realizando de manera notable.
"Dark Vader"... Juan te va a matar...
ResponderEliminar